Nanclares y Prieto a través de 8 de sus vinos
Hoy descubrimos la historia de uno de los proyectos con más identidad en Rías Baixas
Le tenía ganas a esta recopilación. Muchas. Y por varios motivos.
Primero, porque este duo formado por Alberto Nanclares y Silvia Prieto se clavan algunos de los vinos más puros y personales de toda Galicia. Honestidad y buena praxis, atreviéndose a hablar de identidad territorial a través de la transparencia de trazabilidad. Segundo, porque su historia es de esas que emocionan.
Esto lo empezó Alberto Nanclares, un Mirandés al cual un cambio de vida lo llevó a establecerse en el Salnés tras comprar un barco de vela que achicaba agua por todos lados. También se le puso delante una casita que tenía una finca de Albariño (Paraje Mina) y no se lo pensó más, ya tenía donde asentarse.
Al principio no quería saber nada del vino por lo que, para empezar, se dedicó a vender la uva. Poco a poco, se fue metiendo en el viñedo, sobre todo los fines de semana que era cuando tenía tiempo para descansar y desconectar mentalmente de una vida estresante, descubriendo que, la viña, le proporcionaba paz y relax. Así, fue interesándose por los diversos procesos de trabajo en el viñedo y, en 1997, decide montar una pequeña bodega en casa donde llevar a cabo la vinificación íntegra de su viñedo (unos mil litros).


En aquel momento no tenía ni idea de como se cultivaba el viñedo ni de como se trabajaba en bodega. Le asesoraban una enóloga y un agrónomo pero, básicamente, hacía un 'Martin Códax' en pequeñito. A pesar de que eran suyos, a Alberto no le gustaban los vinos que hacía. Eran todo frutita y en dos años estaban caídos. Esta experiencia le llevó a tener claro lo que no quería, porque lo que él empezaba a tener en mente es que sus vinos tenían que poder mostrar personalidad en lugar de dar vinos aromáticamente simples e inmediatos en términos de consumo.
No le compensaba una viticultura tan intensiva (ni moral ni económicamente). Se empezó a interesar por la producción integrada pero tampoco le parecía un avance. Después de leer mucho y de hablar con las gentes del lugar y con otros bodegueros, se dio cuenta de que, en aquel momento, no existía ninguna referencia de viticultura biológica en la zona. Así, paso a paso, empieza a reducir cosas: levaduras, enzimas, nutrientes... y ve que los resultados le empiezan a gustar mucho más.



Por su parte, Silvia tuvo su propio negocio, un laboratorio con aula de formación enfocada al minifundio, lo que le llevó a conocer a Alberto. Desgraciadamente, su negocio se fue a pique pero, viravueltas del destino, Alberto y Silvia coincidieron de nuevo en la inauguración de A Curva y, ese día, Alberto regresó a casa con la idea de ofrecerle trabajo a Silvia. Él estaba en un momento personal donde necesitaba crecer, no sólo por la presión que su importador en US ejercía sobre él, sino porque necesitaba rentabilizar un proyecto que, hasta la fecha, sólo producía unas diez mil botellas. Alberto no quería que Silvia tuviese la condición de empleada por lo que, en el 2015, se incorpora al proyecto en condición de socia.
Hoy en día trabajan cerca de 8 ha de hectáreas de viticultores que ya forman parte de la familia y que, en total, tienen 69 fincas. De esas, gestionadas por Alberto y Silvia son 13 fincas que cubren una superficie de 2 ha. Aunque esta cantidad variará un poco porque, en este 2024, han alquilado nueva parcelas.



En bodega nunca se usan barricas nuevas. El tino que tienen fue de los primeros depósitos en la bodega. De echo, Alberto, fue uno de los primeros (junto con Zárate) que empezó a reintroducir la madera en los procesos de vinificación en el 2004. El uso de la madera viene por una creencia personal. Luego introdujo barricas en bodega, pero siempre con un mínimo de 4, 5 o 6 usos. Hoy, también recuperan el castaño para elaborar y poseen alguna que otra ánfora.
Trabajan ‘muy poquito’ (ni siquiera desfangan los mostos). Alberto empezó no desfangando los vinos que hacía en los tinos y las barricas. Sería cuando Silvia se incorpora la que le quitó el miedo y le impulsó a no desfangar los depósitos de inox (en 2016), dándose cuenta de que, en realidad, todo el esfuerzo y trabajiño que pasaban desfangando era para quitar una cantidad más bien irrisoria. En vinificación, por tanto, se mantienen fangos y lías. No estabilizan, no clarifican. Sólo hacen un ligero desbaste para quitar los sedimentos más bastos.



¿Cómo son sus vinos?
Los que me seguís desde hace tiempo, ya sabéis que sólo comparto la información de los vinos con los que trabajo (o que voy catando y/o disfrutando). Alberto y Silvia elaboran bastantes más líneas de vinos de los que no hablaré hoy por el simple motivo de que todavía no me los he llevado a la boca. Por ahora, estos son los 8 vinos que os puedo recomendar.
Empezamos por sus Albariños, los que a veces traspasan los límites de la tipicidad establecida por el consejo regulador simplemente porque recuperan la tradición. Es irónico, ¿verdad? Por casualidades de la vida ha coincidido que todos sus blancos que he catado sean del 2021, año particularmente fresco, casi chapado a la antigua.
1. Dandelion, Ollando a terra, 2021
Es uno de sus vinos base, por eso lo elaboran completamente en inox, ya que la madera es un bien escaso y hay que reservarla para otras cositas. Este 2021 provenía de 12 parcelas en las parroquias de Castrelo (al sur de Cambados), Vilariño (al norte de Cambados) y Padrenda (al norte de Meaño).
El Dandelion es un vino que exuda frescura y que no tiene más pretensiones que el puro disfrute. Un Albariño puro, con una impronta yodada bastante marcada, de acidez tensa y con muchos recuerdos a polen, camomila y manzanas cogidas del árbol. Recién descorchado le salen algunos recuerdo a sidra, por lo que un doble jarreo es recomendable para que el vino vaya entrando en contacto con el oxígeno.
2. Soverribas, Viña do Moucho, 2021
Procede de una parcela singular de unos 40 años de edad llamada Manzaniña, situado en la parroquia de Covas (Meaño), mayoritariamente sobre granito aunque tiene algunos depósitos de arcilla. El vino va en tino de roble de unos 2200L, donde se cría durante unos 9 meses sobre lías.
Cuando caté el vino (en compañía de mi amigo Adrian McManus) acababa de salir al mercado, de echo el local donde me lo sirvieron lo había apena recibido (La Sazón, en Matogrande, para obligatoria si estáis por Coruña) por lo que encontré el vino bastante cerrado, con necesidad de tiempo en botella para sacar más de si. Nariz de una belleza austera, salina y muy varietal. Con un boca bastante cremosa pero sin esa energía que caracteriza al vino. Como he dicho, necesitaba tiempo. Intentaré volver a catar esta referencia (si me hago con algún 2021) para actualizar esta nota de cata.
3. O Bocoi Vello, Artesá do viño, 2021
O Bocoi Vello es la historia, precisamente, de un bocoi de madera de castaño rescatado del olvido. Un barrilote de dos mil litros de capacidad que tiene unos 90 años de edad, el cual descansaba en un letargo profundo olvidado en un rincón oscuro de la adega tradicional de una señoriña en Barro. En sus días de gloria acunaba el mosto de la irreverente Caíño Tinto. Hoy, en las manos de Alberto y Silvia, acuna uno de los Albariños con más personalidad de toda Galicia.
Este 2021 sale de 3 viñedos situados en diferentes parroquias del concello (ayuntamiento) de Sanxenxo, por lo que lo podríamos clasificar como ‘vino de concello’. Un Albariño muy particular que le debe mucho a los suelos sobre los que se asientan las parcelas ya que hay granito, arcilla y algo de franco arenoso. Las uvas se pisaron y el mosto se dejó macerar en contacto con los hollejos durante unas 48 horas antes de la fermentación. El proceso de crianza en el bocoi duró 9 meses en contacto con sus lías.
El carácter terpénico de la variedad es increíblemente perfumado, con recuerdos a peonías, pétalos de rosa, manzana roja, albaricoque, caquis, ciruelas claudias y pieles de membrillo fresco. El paladar no es tan cremoso y glicérico como te podrías esperar tras haberlo olido y, aunque le falta esa tensión vertical que tienen los Albariños nacidos 100% del granito, es un vino con una frescura remarcable, con una integración de la columna vertebral ácida en un cuerpo etéreo y muy sápido. Un vino muy seductivo, con el que mola ser paciente. Airearlo un poco si se va a beber en el día o, ver como se va abriendo porque, al tercer día es impresionante.
4. Porta Franca Aperta, Sen filtros, 2021
Estamos ante otro parcelario, procedente de un viñedo llamado ‘O Cor’ que se encuentra en la parroquia de Dena (Meaño), sobre suelo de naturaleza granítica. El vino fermentó en una barrica de 500L del año 2014, en donde pasó una crianza de unos 11 meses en contacto con sus lías.
La nariz es flipante, de esas que te deja ‘todo loco’ debido a su particular personalidad. Huele a whisky de malta, cebada, butterscotch, manzana asada, calvados, pera confitada, piel de mandarina y mirabeles. Es un vino bastante autolítico. En boca es tenso, cortantemente vibrante, con acidez my cítrica. Tiene cierto peso en boca y es salitre puro. Es un vino de nicho, no es apto para todos los paladares e, incluso, quizá le vea más enfoque como un elemento versátil en maridajes que para servirlo buscando el mero disfrute.
5. Crisopa, Branco tradicional, 2021
Estamos frente a un Albariño atípico, que se arriesga a salir de los cánones impuestos para demostrar su versatilidad como variedad. Un Albariño que proviene de un viñedo singular (llamado Casal), situado en la parroquia de Sisán, que a su vez está en el concello de Ribadumia.
Un vino que, por concepto, muchos llamarían transgresor, pero al que ellos consideran como un vino blanco tradicional. Fermentado en pieles y envejecido en barrica súper vieja de 500L. Una elaboración casi dictada por la parcela misma, ya que en ella nos encontramos un clon de Albariño antiguo, más prieto y doradito.
Podéis ver fotos del proceso de vinificación que me mandó Silvia (¡gracias!) en este post que subí a mis redes sociales: @miguelcrunia
Un vino intenso en nariz (hojas de curry, pimiento de padrón, queso añejo, orejones y salicornia) pero con una boca etérea, que pasa como una brisa marina, lleno de una impronta yodada muy atractiva.





Universo tinto
Es en el 2017 cuando empiezan a elaborar tintos en el Salnés. No por convicción, ya que Alberto nunca se vio produciendo vinos tintos en Rías. Si que es verdad que había hecho algunos experimentos pero no le gustaron los resultados. Sin embargo, el 2017 fue un buen año para los vinos tintos y muchos colleiteiros se apilaron a las puertas de Xurxo Alba (de bodegas Albamar, que era uno de los pocos elaborando tintos) para venderles las uvas y, claro, meu pobre no dio abasto con todo y Silvia convenció a Alberto para que le cogiesen algunas uvas. Sacaron su primer tinto al mercado en el 2019 bajo una etiqueta que tenía un detalle que a ellos les parecía vanal pero que, al consumidor, le pareció maravilloso. Y es que el primer A Senda Vermella fue una mezcla de añadas y la etiqueta así lo reflejó en el lote y en el corcho: 17/18. Esa claridad repercutió mucho en su favor.
Por regla general, las variedades tintas las vendimian siempre después del Albariño. Todas las tintas se elaboran pisadas con los pies y 100% raspón, con maceraciones de 3 semanas. Aunque los raspones no estén maduros (entran casi de un verde fosforito a bodega), a sus vinos no les salen los famosos verdores del raspón porque no los dañan al pisarlos a pié. Al no usar despalilladoras no usan ningún elemento cortante que los pueda dañar. No chaptalizan (no son contrarios a esta técnica, pero ellos no la usan. ¡Hasta han tirado un depósito de 700L de Espadeiro por haberse quedado en 9.5% y que, según ellos, ‘no había ni Dios que se lo bebiese’!).
Mucho se habla de sus Albariños pero, de lo que he catado, es con las variedades tintas donde alcanzan su pináculo como elaboradores.
6. A Senda Vermella, 2021
El 2021 es una añada un poco complicadita para los tintos en términos de maduración. De echo, de Caíño, esta cuvée, llevar lleva poco (un 11%), dando más protagonismo a la Mencía (56%) y al Espadeiro (33%). Las uvas provienen de 7 viñedos (de entre 5 y 95 años de edad y, casi todos, en emparrado tradicional) localizados en 3 concellos diferentes (Cambados, Portas y Meaño). Unos dos tercios del vino se elabora en barrica (de roble y castaño) mientras que, el otro tercio, en acero inoxidable; donde fermentan y realizan una crianza de 11 meses.
Pese a la adversidad de la añada, el vino está buenísimo. Si te gustan los perfiles vegetales, algo de rusticidad, las acideces vivas y la ligereza en los tintos, esto tiene que estar en tu botellero. Nariz con recuerdos a jalapeño y pimientos de padrón, con ligeros recuerdos anisados (hinojo), salsa de soja y grosellas.
7. O Son das Pisadas, 2019
Las Mencías de costa no son fáciles. Dan dolores de cabeza a quienes las vinifican y, el consumidor, no suele entenderlas porque se esperan, a bote pronto, toda la profundidad y entereza de las Mencías del interior. Domesticarlas se vuelve un arte y, Alberto y Silvia, en esto parece que tienen un máster.
Las añadas más recientes de este vino provienen de varias parcelas pero, este 2019, salía sólo de una. Del viñedo ‘Casa Padín’, parroquia de Castrelo. La vinificación se realizó exclusivamente en barrica, donde permaneció durante 11 meses en contacto con las lías.
Una Mencía de costa, amable, sin volátiles y domesticada de una manera muy seductiva. Nariz dicharachera y llena de vida, que invita a sumergirte en ella. Hay mucha fruta roja (grosella, granada, frambuesa) con dejes herbales (laurel, semillas de cilantro, pino e hierbaluisa), flores e iodo. Es una Mencía etérea, grácil, fresca, a la que se le puede bajar la temperatura ya que tiene un tanino bajo y una acidez refrescante.
9. Ánfora Vermella, 2019
Esta cuvée es de los vinos más emocionales que caté. Entré en contacto por primera vez con esta añada en el Lagüiña Lieux-Dit y, cuando volví a Edimburgo, la metí en mi carta de vinos sin dudarlo.
Este vino se hizo enteramente con la variedad Caíño Tinto procedente del viñedo Perdecanai en el concello de Barro. Las vides, de entre 15 y 90 años de edad, están guiadas bajo el emparrado tradicional sobre roca granítica. La maceración duró unos 21 días antes de ser trasladado a un ánfora, de la alfarería Padilla, a descansar durante 11 meses.
El vino es de una pureza exquisita. Nariz sutil a la par que compleja que nos habla de guindas, frambuesas y granada; con dejes anisados y a pimiento verde. Hay recuerdos a barro y hojarasca. La boca es amplia, sedosa, con un nervio característico de la variedad y una impronta yodada que lo hace irresistible. Muy muy fino. El ‘hijoputismo’ propio de esta variedad ha quedado domesticado de una forma magistral. ¡Chapeaux!



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@miguelcrunia | @atlanticsommelier
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